Muchos de mis amigos conocen la afición que tengo a preparar almuerzos en casa e invitar a los colegas. Esta última sesión, a finales de septiembre, terminó así: con estos dos inconscientes haciendo la siesta en el sofá familiar. Debo entender que esto es el claro resultado de que el almuerzo salió bien y que comieron y bebieron a gusto, con risas y chascarrillos varios. Aunque debo reconocer que aún me cabe la sana duda de que realmente su único fin fuera evadirse de una conversación de grillas que venían soportando desde hacía más de dos horas. En cualquier caso, da gusto ver como apoyan sus cabezas en el cojín y brazo del sofá, respectivamente, justo en los sitios donde mi perro con demencia senil suele apoyar su culo peludo para dormir la siesta. Mejor será omitirles este último detalle.
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