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Ayer pasé una tarde diez. Mi amiga Kitty y yo nos fuimos al Museo del Prado a ver una exposición temporal. Estas tardes que nos pegamos son también una excusa perfecta para rajar como posesas (de hecho nos llamaron la atención en el Museo por lo alto que hablábamos). No importa donde estemos, siempre tenemos mil temas que tratar y desgranar para ponernos al día de todo. Nos vamos quitando la palabra la una a la otra y vamos subiendo los decibelios para finalmente troncharnos de risa frente a una coca cola en un café de ambiente otoñal. Posiblemente, fuera el tiempo un poco melancólico o tal vez nosotras, pero dedicamos parte de la tarde a recordar esas frases famosas que nos gusta llevar apuntadas en nuestros pequeños cuadernos y que nos gusta revisar de vez en cuando. el colofón final de la jornada fue la cena que Charlie nos tenía preparada a las dos al llegar a casa, roncas y exhaustas. Tarde diez, noche diez.
Yo tengo un montón de frases sublimes apuntadas. Algunas irónicas, otras incisivas, otras esperanzadoras, otras naif, pero todas orientadoras. Si tuviera que elegir mi favorita, la que mas me ha marcado, no tengo duda, sé cual es. La encontré por casualidad en una película del montón, en un película romántica de esas de tarde de domingo. Lo peor que te puede pasar al encontrar la frase de tu vida, es que esté en libros o películas socialmente reconocidos como de escasa credibilidad intelectual. Todo el mundo espera que las frases épicas que conforman la vida de uno, sean extraídas de libros o películas sesudas. Fuentes que cuentan con credibilidad social suficiente para servir como principios orientadores de conductas. Aquellos que la hayan encontrado en una entrevista a Maria Chantal Miller en el Hola! o como yo en una peli para esconder, estamos perdidos frente al resto.
Yo encontré la frase de mi vida en French Kiss, de Meg Ryan y Kevin Kline. Por no desgranar demasiado el plot de la película solo diré que el personaje de Meg es abandonado por su novio que se escapa con una francesita unos cuantos años más joven que ella. Cuando se entera, Meg superando su miedo visceral a volar (vive en Canadá) se planta en Cannes donde está la recién formada pareja de vacaciones. Después de un montón de sucesos donde ella pierde el control de prácticamente todas las situaciones en las que se ve metida, inesperadamente se aparece en la playa donde están los dos pasando el día. Y es ahí donde lo suelta, totalmente renovada:
I realized that I have spent most of my adult life trying to protect myself from exactly this situation. And you can´t do it. There is no home safe enough, there is no country nice enough, no relationship secure enough.... you are just setting yourself up for an even bigger fall and having an incredibly boring time in the process".
Pues lo dicho, aunque como la protagonista, yo siga llevando las camisas abrochadas hasta arriba, no incredibly boring time any more.
3 comentarios:
Una amiga me contó el cuento de la ballena.
Una ballena emerge en una ensenada. Pasa el tiempo y le crecen árboles en el lomo. Pasa el tiempo y un grupo de aldeanos construye un pueblito. Pero un buen día la ballena vuelve al mar. Lo que llamamos mala suerte no es más que nuestra tendencia a construir casas encima de las ballenas.
Meg en Paris me ha recordado este cuento.
Un placer tenerte en casa, Dori.
Gracias Charlie por tu cuento. Lo tendré en cuenta. Un abrazo enorme para los dos.
OK ¡Besos!
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